Siguiendo nuestras publicaciones anteriores sobre El Habla Murciana ofrecemos este nuevo capítulo
Díaz
Cassou, Vicente Medina y Miguel Hernández probablemente sean las figuras más
destacadas de la literatura murciana.
Estudioso
de la cultura popular, Cassou trató de conservar
la esencia del pueblo y el habla huertana, recogiendo una tradición que se
perdía. Entre sus obras destacadas cabe citar La literatura panocha: Leyendas, cuentos, perolatas y soflamas de la
huerta de Murcia, así como
el Cancionero panocho; en ellas idealiza el mundo rural y sus
gentes, a las que enaltece llamándolos “panochos”.
Medina,
el gran poeta de Archena, fue un gran amante de las tradiciones y en sus Aires
Murcianos se propuso dignificar el lenguaje huertano, que entiende como
variación diastrática del habla murciana; crítico con la literatura panocha, la
describe como:
lenguaje de soflamas carnavalescas, que imitando el habla regional la
ridiculizaba con acopios de deformaciones y disparates grotescos.
Por
otra parte, la descarnada realidad de la poesía hernandina refleja la dura
existencia del campesino, su extrema pobreza y también su nobleza, que se
muestra en el punto de resignación cristiana con que asume su desgraciado sino;
esta visión contrasta con la estampa idílica que del mundo rural pintaban los
románticos burgueses, ajenos al drama real del huertano sin posibles.
Tras esta muestra de posicionamientos habrá que explorar lo que fue el lenguaje auténtico de la Huerta de Murcia, intentando separar literatura y realidad. En el siglo XIX, aunque los escritores costumbristas trataban de preservar el habla huertana, se evidencia que solían idealizar la vida rural y las costumbres de sus gentes.
Alberto
Sevilla Pérez fue un intelectual perspicaz; muy crítico con sus colegas, defendió las tradiciones y la auténtica habla
popular, diciendo:
-
En la huerta de Murcia se emplearon
siempre palabras que no se registraron en los diccionarios oficiales, y, en
mayor número, otras pronunciadas defectuosamente. Partidario el huertano de la contracción,
hubo de suprimir sílabas y de alterar los participios, de igual modo que se
alteraron en distintas regiones españolas, aumentando sus giros peculiares.
-
El huertano de Murcia sustituye las
consonantes, a su capricho; trastrueca las sílabas para hacer más fuerte o más
suave la palabra; y cuando la mimosidad del vocablo lo requiere, no se conforma
con el diminutivo importado de Aragón por los pobladores que arribaron con don
Jaime, hace siete siglos, y crea otro más acentuado, más original, recargándolo
con un sufijo extraordinario: chirriquitiquio,
por ejemplo.
-
En el lenguaje huertano abundan las voces
castizas que cayeron en desuso y que no son exclusivas de la región murciana.
Vocablos tan enérgicos y tan rudos como juerza,
juera y semos, no son únicamente
de nuestra tierra, sino de otras regiones de España. Son cosas distintas la
reciedumbre del vocablo y el dislocamiento de éste. ¿Que los Vocabularios
regionales registran ciertas voces? Lógico es que las registren. ¡Como que
muchas de ellas pasaron al Diccionario general con el marchamo de provinciales!
Las que no pasarán nunca, serán aquellas improvisadas por ciertos escritores, con
arreglo a su capricho o a las exigencias de la rima. Nunca se habló en la
Huerta como hablan hoy los panochistas.
- Hablar en panocho, o sea en estilo de la Huerta de Murcia, no es decir un barbarismo con otro. Es dar a las frases el giro peculiar que dan en la huerta: es usar sus palabras, que algunas de ellas son muy castizas, por más que los que no conocen el castellano, las tienen por desnaturalizadas. El habla tradicional de la Huerta de Murcia no sirvió sólo para hacer reír a la gente, sino para otros menesteres más elevados, más sentimentales y más castizos. Bien está que, de tarde en tarde, se estire la cola por las calles de Murcia, y que se luzca en las carretas el indumento huertano; pero sin que los poetas que merezcan tal nombre, circunscriban su inspiración a los bandos y a las soflamas, en los que suelen adulterarse el lenguaje llamado panocho y el sentido común de los antiguos pobladores de la Huerta.
Llegados a este punto,
quien desee profundizar en el tema puede recurrir al Vocabulario Panocho de don Pedro Lemus y Rubio quien, ya en la
introducción a su obra, nos hace esta advertencia:
Al
dar a la imprenta las papeletas de voces panochas, que he ido coleccionando, no
hago más que transcribir lo que he hallado, bien en conversaciones con
habitantes de la Huerta, o en mis lecturas de autores que se han distinguido
por el uso del dialecto realmente panocho, esto es, en toda su pureza, si vale
la palabra.
Francisco Ramírez Munuera