EL SURESTE IBÉRICO
La Geografía constituye el marco
espacial en el que se desarrolla la Historia, la vida de los pueblos, con sus
costumbres y formas de expresión características. La capacidad de comunicación
humana viene dada por el lenguaje, que posibilita la manifestación del
pensamiento por medio de la palabra.
Como es sabido, en Murcia la
simbiosis de gentes de procedencia diversa originó un lenguaje singularmente
híbrido: partiendo de una fuerte base castellana, el habla murciana aglutina
corrientes históricas catalano-aragonesas e influencias de sus tierras
limítrofes. Pero para entender la personalidad regional hay que remontarse a
sus orígenes íberos, cuando se constituyó la Bastitania y la Contestania; de
esta última harían los cartagineses el centro de su colonización y
posteriormente los romanos la base de sus conquistas en Carthagena Espartaria.
Los griegos bizantinos la
denominaron Oróspeda y posteriormente
el rey visigodo Leovigildo, allá por
el año 579, formaría en este territorio la provincia de Aurariola. Tras la invasión musulmana se constituiría como reino
feudatario de Córdoba, al que los árabes llamaron Cora de Tudmir (referida al noble Teodomiro). Esta
provincia de Al-Andalus subsistió
hasta el año 756, momento en que sería incorporada al Califato. El año 825, a fin de sofocar una revuelta entre clanes
árabes, el Emir de Córdoba envió tropas a tierras levantinas; tras normalizar
la situación, Abd ar-Rahman II mandaría fundar Medina Mursiya, en una zona resguardada por el río Segura, muy posiblemente donde ya había
existido una villae tardorromana: Murtia.
La
fundación de la ciudad de Murcia surgió por necesidades políticas y militares:
acabar con las rivalidades entre facciones musulmanas y contar con una
fortaleza que sostuviera la autoridad del emirato serían las principales
razones. Habría también motivos económicos, tales como la mejor organización administrativa
del territorio; asimismo, hubieron de
tenerse en cuenta aspectos tales como la abundancia de agua, tierras fértiles y
la proximidad de monte para recogida de leña, lo que propiciaría una mejor vida
a la población. Por su privilegiada situación geográfica, la nueva urbe pronto
alcanzaría gran apogeo político y cultural.
Con
el surgimiento de la primera Taifa en el año 1145, la plaza se
convertiría en capital de la Cora de Tudmir y gran metrópoli de Al-Andalus.
Pero tras una época de esplendor surgieron las presiones expansivas de
castellanos y aragoneses, junto a la amenaza latente del reino nazarita de
Granada; antes que rendirse a éste, el régulo de Murcia optó por someterse al
vasallaje de Castilla, de acuerdo con el Pacto de Alcaraz, firmado en abril de 1243.
Posteriormente se produjo una
sublevación mudéjar que obligó al Infante Alfonso de Castilla a solicitar
auxilio a su suegro Jaime I de Aragón, quien tomaría el sitio en 1265. La
intervención del monarca aragonés sería pagada por Alfonso X con el
establecimiento de colonos aragoneses y catalanes. Así, el habla murciana se
fue configurando sobre la base del castellano, influido por los sustratos
árabe, mozárabe (nombre con que
se conoce a la población hispano-romana que vivió en territorio musulmán durante la dominación islámica),
aragonés, catalán y valenciano, un caso único entre los dialectos peninsulares.
HABLAS MURCIANAS
La idiosincrasia de la
Región de Murcia se manifiesta en múltiples aspectos; uno de ellos lo
constituye el léxico y sus formas de expresión, que establecen fuertes
interrelaciones entre lengua y cultura. Aunque la presencia de rasgos íberos en
las formas dialectales es escasa, hay que considerar el original sustrato
hispano-romano. Llegarían
después las aportaciones de las lenguas árabe, castellana, aragonesa y catalano-valenciana
que, en mayor o menor medida, contribuyeron a la formación del español hablado
en Murcia.
La lengua hispano-latina
que se hablaba en el Sureste Ibérico hubo de tener características peculiares ya
durante la época visigótica. Tras la invasión sarracena, la población autóctona
de la Cora de Tudmir conservó su habla, que constituiría
entre los mozárabes autóctonos la Aljamía del Oriente del Ándalus (textos romances escritos con caracteres árabes). Como
dice Menéndez Pidal: “es
difícil saber hasta qué punto la lengua mozárabe pudo influir en los dialectos
modernos”.
Algunos aparentes
arabismos no son sino mozarabismos con la pronunciación arabizada; así tenemos
las voces abercoque (albaricoque, del
latín “praecox”), alciprés (ciprés, del latín “cupressus”) y otros
vocablos de origen arcaico que también pudieran ser mozarabismos: caliche (trozo de caña o palo redondo), caparra (garrapata), galapatero (caracol muy baboso),
perfolla, (hoja que recubre la
mazorca de maíz), etc. Las
toponimias que han conservado sus raíces originarias dan idea del primitivo
léxico de la Región: de origen posiblemente prerromano tenemos las voces Calar, cala, cara, que hubieron de
significar sitio elevado; así, Calar del Mundo, Cala-sparra, Cara-vaca,
Car-molí, etc. Por último, cabe citar el sufijo iche, contenido en nombres geográficos como Aceniche, Casteliche y
Zaraiche.
ÁRABE. Desde luego la larga
dominación árabe influyó en muchos aspectos: moros y mozárabes interactuaron entre
sí, generando una civilización de características peculiares. Aunque la posterior repoblación cristiana introdujo
un cambio radical, el fondo étnico árabe subsistió con sus costumbres,
especialmente en las zonas rurales. Así, el árabe hizo su
aportación al dialecto murciano, aunque quizás no tanto como se piensa. Muchos
vocablos de apariencia morisca en realidad son de raiz hispano-latina: ababol, alcacil, aletría... También algunas
toponimias que parecen árabes, como Alguazas,
Aljorra, Almansa...
Los repobladores
castellanos, aragoneses y catalanes desfiguraron las palabras que designaban accidentes
geográficos o cambiaron su denominación. Con los repartimientos, el nombre de
los nuevos propietarios pasó a ser el de los predios. No
obstante, muchas toponimias morunas han permanecido inalteradas: Abarán, Albatera, Alberca, Alhama, Almoradí,
Beniaján, Beniel, Ceutí, Javalí, Rafal, Redován, Ricote, Zeneta, etc.
CASTELLANO. Los
castellanos que repoblaron el territorio trajeron su lengua romance. Al llegar
se encontraron con la población mozárabe autóctona, cuyo lenguaje debió ser
semejante; pronto se refundiría el idioma, formando la base del habla regional.
Prescindiendo de toponimias como Abanilla, Alferraira, La Fausilla, Mendigol,
Palos, etc., de las que se tiene certeza de su origen mozárabe, hay palabras a
las que pudiera dárseles una u otra filiación: abuzarse, asina, balamido, compaña, falluto, garba, janglón, magencar, morciguillo,
pagamenta, poyo, reluzángano, tuera...
ARAGONÉS. La antigua influencia
aragonesa aún perdura en el dialecto murciano, manifestada por el empleo de los
sufijos y diminutivos ico e iquio; también persisten locuciones y
vocablos populares, como: abonico,
bardomera, bozal; calorina, capaza, cepo, fresquilla, fulero, guisque,
melguizo, mojete, pirindola, robín, zarangollo...
VALENCIANO-CATALÁN.
La extensa lista de palabras procedentes del catalán y valenciano que perduran
en el murciano corrobora la influencia que ejercieron sobre él. Aquí tenemos un
conjunto de voces que han conservado su forma originaria: Adivinalla, bamba, bambolla, bleda, bufeta; cabernera, cachirulo,
camal, cangrena, jarro, crilla, cordeta, cuquillo, chapeta, chicho; escarcullar,
esclafar, Faco y Facorro; fosca, llanda, magencar, molla, palera, pansirse,
Perete, pésol, picaza, regomello, retestinar, rustir; sonso, torreta, tufada,
vaga...
LENGUAJE HABLADO. Las formas orales
del murciano se distinguen en múltiples aspectos:
-
Son típicos sus diminutivos –ico e –iquio: (bonico, poquisquio).
-
Se produce la aspiración de la -s final de
las palabras: los amigos [loh amigo(h)].
-
También se aspira la h en voces como: jarapa,
jardales, jumera...
- Una característica muy común es la forma de decir casa de o voy a casa de. Es normal escuchar: voy en ca Fulano, o está ca Menganico. La locución ca se utiliza para expresarse de forma coloquial.
Francisco Ramírez