No me duelen prendas: estoy a favor del mercado libre aunque, eso sí, con
la vigilancia externa para evitar su tendencia natural hacia el monopolio, es
decir, hacia el suicidio que el mercado perpetra convirtiéndose en no-mercado.
Se trata de defender al mercado contra él mismo, contra sus tendencias suicidas
hacia la concentración y el monopolio contrario al mercado, por lo menos al
mercado libre.
A. Esa defensa incluye un paso previo: el diagnóstico. Y este
no puede ser más desalentador. Cierto que algunos suicidios monopolistas del
mercado, a mano de multinacionales, han sido detenidos. Pero sigue válida la
distinción entre los tres mercados que ya hacía Braudel:
1. El mercado de la economía material (como él
la llamaba). Se trata de intercambios y trueques normalmente sin moneda de por
medio. El Estado no tiene conocimiento de tales actos y, por tanto, no los
incluye en el problemático cálculo del PIB. Pero lo mismo sucede con la llamada
"economía sumergida" y con los vendedores ambulantes que he visto
numerosos en plazas y avenidas de muchos países. El mercado de "infinitos
ofertantes e infinitos demandantes con información completa y con libertad de
decisión que terminan encontrando el precio de equilibrio para unos y
otros" no acaba de estar presente. Cierto que puede haber regateo en el
caso de los ambulantes, pero la debilidad de quien es contratado (es un decir)
en la economía sumergida no permite ningún tipo de chalaneo: o lo tomas o lo dejas,
y si lo anterior no es mercado, esto no es mercado libre.
2. El mercado entre las pequeñas y medianas empresas con
sus consumidores es, probablemente, lo que más se acerca al ideal del mercado
por más que la relación con el anterior y, sobre todo, la relación con el
siguiente en la lista, lo difumine. Hay pequeños acuerdos para alterar el
precio de las cosas (que no es mercado precisamente), pequeñas trampas y sisas,
pequeñas mafias protectoras y cosas parecidas que empañan la limpieza del
mercado, pero es mercado en el sentido habitual de la palabra. Aquí se crea
mucho empleo y son un factor de dinamización de la economía y la sociedad.
3. Pero queda el mercado capitalista como lo llamaba
Braudel. Se trata de un no-mercado en el que las grandes empresas se mueven sin
preocuparse de la demanda, del precio de equilibrio, de la
"emprenditorialidad", de los efectos mediambientales y sociales
(aunque hablen de responsabilidad social corporativa) y demás zarandajas según
su perspectiva (no según la del mercado en 2, obviamente). Las cosas se
arreglan entre caballeros en las alturas. No son dioses, o sea, no son
omnipotentes (nadie lo es) y aunque la OPEP, por ejemplo, decida cuánto
producir y a cuánto (actividad bien poco mercantil: falta el otro lado de la moneda),
no siempre lo consigue. Pero el consumidor cautivo puede hacer muy poco para
hacer oír su voz mercantil llamada demanda o compra, según los casos. Y no
digamos si entramos en el mundo de los paraísos fiscales. Tal vez sea una prueba de que no hay, a este nivel, mercado libre.
Y es así donde reside el mayor ataque al mercado que, como se puede
imaginar, influye en las economías de 2 y, ya lejanamente, a las de 1, más
defensivas en muchos casos, excepto en el del empleo "sumergido". Es
claro que una farmacia en la plaza Estafeta de Pamplona o a la vuelta de la
esquina de mi casa tiene muchos de sus precios impuestos por los gobiernos de
turno (innegable), pero también es claro que en ambos actores (farmacia y
gobierno) influye legal o ilegalmente la gran empresa farmacéutica. El margen
para el mercado es escaso y se comprende la oscilación hacia curanderos y
terapias alternativas situadas en el mercado 1.
B. Ahora el pronóstico: pintan bastos. Los datos disponibles
hablan de un aumento notable del mercado 3 y, en menor medida pero sí
constatable, del mercado 1, con el consiguiente sufrimiento por parte del
mercado 2 que tiene la tentación de pasar al 1 (sumergirse) e imitar a los
fraudes fiscales habituales en el mercado 3 (paraísos fiscales y todo eso),
aunque, por lo general, no lo consiguen: son demasiado pequeños y lo pequeño,
en este asunto, y con perdón de Schumacher, no es hermoso: es débil frente al
3. En otras palabras, aumento peligroso de la desigualdad que no es una
preocupación anti-mercado sino todo lo contrario: los excesos de desigualdad
son ataques directos al mercado aquel de "infinitos ofertantes etc."
ya que les impide actuar con libertad. En ese contexto, comportamiento
irresponsable (y, desde el punto de vista mediambiental, suicida) por parte de
los que llevan la economía 3. Los que mandan, vamos.
C. Y, sí, Michel, no tengo la terapia más allá de los
buenos deseos y la "imaginación sociológica" que conoce los fines,
pero no los medios. El anti-mercado no lleva muy lejos. Sería el mundo de la
planificación central que puede funcionar para una familia, pero que no acaba
de funcionar para un país que se mueve en un mundo unificado como ya explicaba
el Manifiesto Comunista antes de que se hablase de globalización. Lo mismo el
anti-capitalismo (confundir capitalismo y mercado es un error, pero dejémoslo
de momento). Como objetivos podrían ser discutidos siempre que se dispusiese de
medios que llevaran a tal fin. Y esos medios, más allá de proclamas ortodoxas y
hasta fundamentalistas (hay fundamentalistas de cada una de las ramas de la
economía y no digamos de la política), se desconocen. Protestar, sí. Es un
comportamiento expresivo, pero no instrumental (no, habitualmente, un medio
para lograr un fin). Pero lo que sí sé es que pasar a la terapia sin haber
hecho el diagnóstico es un poco arriesgado. La ideología pretende mostrarlo
como menos arriesgado, pero tampoco las ideologías son omniscientes. Tampoco
son divinas. Mi dispiace, la vita è così. O, por lo menos, así la
veo. (Añadido el 16: el Parlamento Europeo parece optar por "matar el mensajero" y hacer más difícil la denuncia de asuntos como los documentados por
los "papeles de Panamá")
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