Como continuación al artículo publicado en este medio el pasado mes de septiembre con el título HABLAS MURCIANAS, en el que sigue se hace referencia al devenir de la lengua como consecuencia de los sucesos históricos
El
dialecto murciano se extiende por toda la Región, sobrepasando sus límites territoriales
en bastantes puntos; para entender este desbordamiento lingüístico es preciso referirse
al perímetro histórico de la Cora de Tudmir, cuyo espacio nororiental
le fue
arrebatado en 1240 a la Taifa de Murcia por Jaime I, quedando en poder de la
Corona de Aragón. Esta zona comprendía las ciudades de Chinchilla y Villena,
junto a las villas de Almansa, Albacete, La Gineta, Tobarra, Hellín, Ves, Yecla
y Sax.
Cuatro
años después, a raíz del Tratado de Almizra, la población de Villena y su
extenso término quedarían bajo jurisdicción castellana. Alfonso X convirtió al
Infante don Manuel en Adelantado Mayor del Reino, cediéndole una vasta extensión
de tierras que formarían el Señorío de Villena; la condición fronteriza del
donadío, con sus sucesivas adscripciones a una y otra corona, le llevaría a
jugar un importante papel histórico en la política peninsular durante la Baja
Edad Media.
VILLENA.
El habla de Villena es una mezcla de aportaciones castellanas, aragonesas,
catalanas y valencianas, añadidas al sustrato original con los residuos árabe y
mozárabe. La histórica pertenencia de Villena al reino de Murcia hizo que sus
formas dialectales se correspondan en parte con las del habla murciana,
reflejándose en aspectos como:
-
Debilitamiento de –s implosiva, con
alargamiento y abertura de la vocal precedente: lah botah, loh domingoh.
-
Reforzamiento nasal, que genera epéntesis de –n: lenjos, muncho, nincho.
-
Disimilación eliminatoria de
consonantes: pograma, poblema,
pogreso
-
Confusión de –r y –l en el habla popular, donde tiene la
misma expresión fonológica alma que arma, mal que mar.
- Falsa prefijación:
A veces se añade la partícula en: entavía, encangrenar, encomenzar.- - La
sufijación se hace con los aragonesismos: ico/ica;
también con ete/eta, de
extracción valenciana.
Caudete.
La
villa de Caudete fue históricamente disputada por las Coronas de Aragón y
Castilla, lo que haría coexistir en ella el valenciano con el castellano,
aunque este último idioma seria finalmente mayoritario. El acento caudetano
también se asemeja al murciano, perdiéndose la -d intervocálica, dejando la -s
final de palabra sin apenas sonido y alargando la última vocal, al igual que
hemos visto en Villena.
El diminutivo en ico es usual y muy característico es el
seseo en finales de palabra: (arros, ves,
dies, Sanches). Por otra parte, si hablamos con sus gentes observaremos que
el vocabulario caudetano también deja constancia de la repoblación
catalano-aragonesa; en esta tierra encontramos multitud de voces típicas,
propias de un lenguaje coloquial no exento de vulgarismos, tales como:
Ababol,
abonico, albarca, albercoque, amanoso, apechusques, arribota, bajoca, baldosa,
balsón, barquinazo, berbajo, borneo, bujero, bureo, burrucho, cabecerón, calina, capuzón, cascar, caseta,
chambi, chiche, chispitica, correntilla, endeñar, enrobinar, esclafar, fato,
gachamiga, galguear, gamella, garba, grillar, guíscano, alda, helor, hervido,
hule, jenares, leveche, leja, llanda, llueca, manifacero, mojetear, molla,
moñigo, noguera, ñora, palera, panocha, paralís, pera, pernil, perola,
pesambre, polsaguera, postizas, présol, puncha, ranquear, rebolicar, regomello,
retestín, rulo, rustidera, salsero, tápena, tarataña, tiricia, torrao, trajín,
viso, zafa, zanguango, zorrera.
Además también se da un
repertorio de expresiones manchegas y valencianas, que confirman la condición
limítrofe de esta antigua villa.
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